Podía verse a la guaranga parada mirando al este, como iniciando un ritual. Tomó en sus manos el recuerdo, lo contempló en silencio, besó su cabeza suavemente y lo hechó al viento como quien suelta una paloma. Se quedó así un largo rato, de pie y con los brazos extendidos. A varios pasos de ella, respetando con la distancia ese momento sagrado, las otras matrioskas se comentaban:
- Romántica: ¿Qué le pasa a la guaranga?
- Estratega: Es que fue a una conferencia de Pilar Sordo, ella decía que la mujer a veces es demasiado retentiva, tiene que aprender a soltar...
- Desconfiada: ¿Soltar? pero, si... ¡Ella siempre fue tan desprendida!
- Romántica: ¿Quién diría que fue la que más le costó la despedida, no?. Siempre se mostró tan superada, tan fría, tan despojada.
- Estratega: Imagínate, ¡Si hasta la romántica logró olvidar primero!.
- Desconfiada: Es que muchas veces no es lo que parece, detrás de una persona que grita no hay más que un niño pidiendo cariño... ahora, me pregunto... ¿Realmente estará soltando?
- Estratega: Si, seguramente. Es todo un ejercicio... también lo indicaba la psicóloga: no se pretende olvidar, sino sólo que el recuerdo no cause dolor; y eso no se logra de la noche a la mañana, se debe perseverar.
- Romántica: ¿Y que está soltando ahora?
La guaranga musitó: Nestor, te quiero... ¡Siempre serás el mejor de mis cobayos!.
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A la memoria de Nestor y tantas/os otras/os que nos domesticaron.
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